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JAVIER CID
JULIÁN ARÍN


Llevábamos algún tiempo queriendo madurar un plan para llevar a cabo la vuelta a Navarra, pero no cobraba cuerpo. Por un lado, porque no disponíamos de bibliografía alguna sobre el particular, y por otro, porque éramos conscientes de que, sin una infraestructura adecuada, fundamentalmente de transporte, nuestra idea iba a quedar, en principio, sin poder realizarse.

Así las cosas, nos enteramos casualmente por la radio de que el Grupo de Montaña URDABURU de Errentería llevaba ya 15 etapas cubiertas de la vuelta a Navarra. Nos pusimos en contacto con el Club y quedamos en el restop de Gorriti para subirnos al autobús. Elegimos este punto de común acuerdo por ser el más factible para nosotros, puesto que veníamos de Legazpi y de Zumárraga.

Fue así como nos incorporamos al grupo para acometer la etapa 16 en plena ribera navarra, con cierta prevención: no conocíamos a nadie y no sabíamos cómo se nos iba a recibir. La verdad es que la mayoría del autobús ni se enteró cuando entramos pues venían dormidos.

Nuestra primera sorpresa acaeció al bajar del autobús y darnos cuenta de que, en vez de iniciar la marcha, la gente sacaba sus vituallas y daba buena cuenta de las mismas. Quien no disponía de bota, sacaba su botella de buen vino, todo dentro de una algarabía para nosotros desconocida en esos ambientes, hasta entonces.

A mitad del recorrido, parón para recobrar fuerzas y repetir el mismo cuadro que habíamos observado por la mañana, hamaiketako,e independientemente del cansancio acumulado, grandes dosis de humor.

A primera vista pudiera parecer a un profano que el talde, más parecido tenía con las actividades de una sociedad gastronómica que con el ejercicio sacrificado, pero muy saludable, del montañismo. Pues de eso nada, lo que ocurre es que en todas las actividades de grupo, y éste lo es, también cobran su importancia los prolegómenos, el transcurso y el final.

Ciñéndonos a la travesía en sí, enseguida nos dimos cuenta de su buena organización, que la misma estaba trabajada de antemano y que el control sobre los integrantes de la marcha era constante.

Al término de la travesía, el grupo se dispersó en una o dos tabernas para dar cuenta de la comida en total camaradería, mientras nosotros, de «otra escuela», íbamos de restaurante a consumir lo que nos ofrecieran dado lo avanzado de la tarde. Después, de nuevo al autobús y a casa.

Esto se volvió a repetir durante unas cuantas etapas más hasta que intimamos y nos integramos plenamente en el grupo. Fue a partir de ese momento cuando conocimos la calidad humana de la gente que conforma el GMU. Todos con sus virtudes y sus defectos, pero con un denominador común, amén de su pasión por la montaña, una gran dosis de tolerancia y respeto hacia los demás.

Desde entonces y de forma ininterrumpida, el tercer sábado de cada mes no faltamos a la cita y gustosamente compartimos con el grupo los avatares de la travesía y también cómo no, el hamarretako, el hamaiketako y la comida. Momento solemne éste que siempre le hace exclamar a alguno ¡qué dura es la montaña!, sin olvidarnos de los chistes y canciones de sobremesa y del viaje de vuelta, que hacen de la jornada un día imborrable.

Nos sentimos muy honrados de compartir con vosotros la pasión por la montaña, y, a la vez, os estamos muy agradecidos por la amistad sincera que nos habéis mostrado.

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